Aquí es, —dijo el cochero deteniendo de golpe a los caballos, que sacudieron la cabeza hostigados por lo brusco del movimiento.
.....La mujer asomó la cara, miró a un lado y otro de la portezuela, y como si dudase o no reconociese el lugar, preguntó admirada:
..... — ¡Aquí!... ¿en dónde?...
.....El cochero, contemplándola canallamente desde el pescante, apuntó con el látigo tendido:
..... — Allí, al fondo, aquella puerta cerrada.
.....La mujer saltó del carruaje, del que extrajo un lío de mezquino tamaño; metióse la mano en el bolsillo de su enagua y le alargó un duro al auriga:
..... — Cóbrese usted.
.....Muy lentamente y sin dejar de mirarla, el cochero se puso en pie, sacó diversas monedas del pantalón, que recontó luego en el techo del vehículo, y por último, le devolvió su peso:
..... — No me alcanza; me pagará usted otra vez, cuando me necesite por la tarde. Soy del sitio de San Juan de Letrán, número 317 y bandera colorada. Sólo dígame usted cómo se llama...
..... — Me llamo Santa, pero cóbrese usted; no sé si me quedaré en esa casa... Guarde usted todo el peso, -exclamó después de breve reflexión, ansiosa de terminar el incidente.
.....Y sin aguardar más, echóse a andar, de prisa, inclinado el rostro, medio oculto el cuerpo todo bajo el pañolón que algo se le resbalaba de los hombros; cual si la apenara encontrarse allí a tales horas, con tanta luz y tanta gente que de seguro la observaba, que de fijo sabía lo que ella iba a hacer. Casi sin darse cuenta exacta de que a su derecha quedaba un jardín anémico y descuidado, ni de que a su izquierda había una fonda de dudoso aspecto y mala catadura, siguió adelante, hasta llamar en la puerta cerrada. Sí advirtió, confusamente, algo que semejaba césped raquítico y roído a trechos; arbustos enanos y uno que otro tronco de árbol; sí le llegó un tufo a comida y a aguardiente, rumor de charlas y de risas de hombres; aun le pareció, —pero no quiso cerciorarse deteniéndose o volviendo el rostro— que varios de ellos se agrupaban en el vano de una de las puertas, que sin recato la contemplaban y proferían apreciaciones en alta y destemplada voz, acerca de sus andares y modales. Toda aturdida, desfogóse con el aldabón y llamó distintas veces, con tres golpes en cada vez.
.....La verdad es que nadie, fuera de los ociosos parroquianos del fonducho, paró mientes en ella; sobre que el barrio, con ser barrio galante y muy poco tolerable por las noches, de día trabaja, y duro, ganándose el sustento con igual decoro que cualquiera otro de los de la ciudad.
Gamboa,Federico. Santa. México: Fontamara. 1994.
domingo, 30 de noviembre de 2008
La Santa (fragmento) / Federico Gamboa
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